Celendín,
tierra de shilicos, de hermosas mujeres y de la plaza de madera más imponente
del mundo, fue el privilegiado escenario de la presentación del torero peruano
más importante de todos los tiempos. Andrés llegó a esta ciudad –capital de una
de las provincias más progresistas de la región Cajamarca-, para hilvanar un
toreo de poder, variedad y explosivo a momentos, ante jóvenes astados del señor
Aníbal Vásquez que fundamentalmente tuvieron nobleza, saliendo a hombros al
caer la tarde en medio de un gran baño de popularidad, asediado por jóvenes y
niños que pugnaban por siquiera rozar el
traje de luces del torero limeño.
El
peregrinaje desde todos los rincones del país para ver a Andrés inició el día
anterior a su presentación. Transportes, hoteles y comercio registraron un
inusual movimiento de curiosos y aficionados que tuvo su cenit en La Sevilla al
promediar las tres de la tarde del martes día 1 de agosto, que lucía a tope
hasta las banderas con sus 110 palcos rebosantes de gente que abarrotaban de
entusiasmo las barreras, chaques, palcos y sobrepalcos de aquel incomparable
coloso de madera.
Allí, una
gran masa de jóvenes enfervorizados lo esperaba para constatar la certeza de
las noticias sobre sus hazañas en ruedos ibéricos. Tras un breve homenaje del
comité organizador presidido por el señor Alexander Araujo, saltó el primer
ejemplar de la tarde y el mutismo expectante rompió en admiración al
desbrozarse el torero en finos y sincronizados movimientos sobre la arena. Y si
bien el viñero no ayudó -por su escasa fuerza- a la expresión artística de
Andrés, éste hizo el esfuerzo y exprimió hasta el último atisbo de acometividad
del animal.
El segundo,
un fino burraco marcado a fuego con el mismo hierro, se deslizó con fondo,
blandura y nobleza y el torero sí que tuvo puntadas que hilvanar. La faena fue
en terrenos de los palcos de sombra y alcanzó sus cotas más altas cuando Andrés
echó las rodillas en tierra y ligó sobre ambas manos series de muletazos
templados y de mucho mando, rematando con lentísimos pases de pecho y saliendo
con mucha torería de cada serie. Fueron setenta o más muletazos –entre ellos
algunas series de jaleadísimas luquesinas- los que dibujó el torero sobre la
arena, coronando con certera estocada que si bien no en el sitio, fue por demás
suficiente para defenestrar al animal y cobrar los primeros trofeos de la
tarde.
El también
viñero que saltó tercero fue un acertijo en el capote. Lo pensaba mucho para
arrancarse y Andrés lo enceló en sus propios terrenos echándole la manta con
suspicacia. Su gran virtud era que si bien dubitativo, iba humillado y con
nervio en las cortas distancias. Y por allí tuvo que ser tras el discreto
castigo de Joseph Rojas en varas. El animal transmitía y cuando iba tras la
muleta lo hacía con codicia, por abajo y metiendo la cepa humilladísimo.
Entonces las series de muletazos sí que tuvieron emoción, que la daba el toro
con su temperamento y el torero con su dominio. Las tandas, que brotaban
limpias y aseadas, fueron en un palmo,
con arrucinas y pases cambiados por detrás. Faena larga y prolongada que
no de soponcio, porque el torero tuvo múltiples recursos para domeñar
gustándose y transmitir emociones al público, que a esas alturas de la tarde ya
le prendía velitas al torero y solo esperaba la puesta del sol para estallar en
emociones.
El último,
cierto, nunca se entregó y acabó en las tablas, pero el torero se las ingenió
para arrancarle más de lo que tenía. Mientras el animal quiso Andrés lo tuvo en
jurisdicción y cuando cantó su derrota el torero fue tras él y supo pegarle
muletazos al abrigo de sus querencias. Total, igual le arrancó las orejas y la
tarde cerró con el culto a Andrés y una pléyade de seguidores rayando en el
delirio por tocarlo y cerciorarse de que aquello era real. Y realmente lo fue.
Andrés Roca Rey pasó por la arena de Celendín dejando su impronta de figura del
toreo y tal vez de torero de época. Lo de Celendín fue y será historia. Lo
demás, el tiempo lo dirá…
Ficha.
Martes día 1 de agosto de 2017.
Tercer festejo de la feria en honor a la
Santísima Virgen del Carmen, patrona de Celendín.
Andrés Roca Rey, vestido de
Tabaco y Oro, lidió en solitario cuatro reses de La Viña de Paiján, 1°, 2°, 3°,
y 4° de El Olivar, jóvenes, nobles, de fuerza justa y variado juego, destacando
por su acometividad y bravura el corrido 3°, premiado con la vuelta al ruedo en
el arrastre. Resultado Artístico: Dos pinchazos, estocada caída, silencio.
Estocada tendida y desprendida, dos orejas. Estocada en lo alto, dos orejas y
rabo. Estocada entera, dos orejas. Actuaron de sobresalientes los novilleros
nacionales Carlos Cabellos y Joselito Ordoñez, que realizaron quites a los
corridos 3° y 4° respectivamente.
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